jueves, 19 de enero de 2012

A veces me pregunto, ¿qué tan superior es el hombre comparado con las plantas? Si uno se detiene a mirar, se daría cuenta que en cierto modo nos parecemos mucho.
En la naturaleza del ser humano anida la ambición, entendida como el deseo innato de superarse y alcanzar su fin último. ¿Qué acaso las plantas no hacen lo mismo?
Durante toda su vida crecen hacia arriba, en busca de la luz del Sol. Esa luz que es fuente de vida y símbolo de grandeza; y al igual que los hombres, siempre hay algunos árboles que crecen más altos, y por ello son admirados.
La diferencia con nosotros es que las plantas pequeñitas no se molestan por la majestuosidad de las grandes, aún y cuando las tengan junto a sí. Aprenden a vivir con lo que tienen, y a pesar de ser incluso diminutas pueden exhibir las más bellas flores y patrones de colores, imposibles de igualar ni por el más hábil de los artesanos.
Las plantas son ejemplo de paciencia y paz, algo que la mayoría de los hombres parece carecer. Por nuestra codicia desordenada por riqueza inmediata hemos desatado las peores de las guerras; cuando los árboles pueden durar siglos en su intento por besar al Sol, sin miedo a la competencia o el fracaso.
Por eso mismo me pregunto… ¿qué tan superiores somos?

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